En México hasta el cielo es rosa

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Autor: Estudiante Ana María Peña Alonso
Programa: Artes Plásticas y Visuales
Experiencia de intercambio
Fecha: abril 2017

A cuatro días de cumplir un mes desde que pisé suelo mexicano, es mucho y poco lo que puedo decir. Llegué sin un techo donde dormir y sin conocer a nadie, pero el internet todo lo puede, una amiga desde Colombia a través de uno de sus amigos aquí logró ubicarme un hotel. Si me voy a quejar de algo que sea de los bici taxistas del barrio y de los meros machos en cada cuadra, porque contradiciendo el título, aquí no todo es rosa y mucho menos bello, el acoso callejero es peor que en cualquier ciudad de Colombia a la que he ido y según me han contado en general a las mujeres nos va aquí mucho peor (en plural porque ese dolor lo sentimos todas). Aunque a todas nos toca vivir esa violencia diaria, ninguna se queda callada, al menos no las mujeres que he conocido. Las he oído en bandas, cantar, gritar, bailar, dibujar, tatuar y hacer tanto por ellas y entre ellas que no le dan ganas a una de quedarse quieta.

Cada calle y cada persona que conozco me mueven, me motivan a cuestionarme cosas que ya daba por sentadas. Y ni se diga la UNAM, en realidad la FAD (Facultad de Artes y Diseño) donde es oficialmente mi tercera semana de clases, podría afirmar que la ciudad de México además de polución respira arte (así de cursi como suena).

Sólo he ido a dos museos, un concierto grande, dos pequeños y a un cumpleaños, me quedan cuatro meses más para seguir explorando la ciudad y seguir teniendo momentos de sentirme como un Alíen de estar ante lo desconocido, que a pesar de que hablo español no me entiendan (me colgaron el teléfono pidiendo pizza el primer día), estar viendo y viviendo momentos que sólo veía en las películas (lloré viendo dragones en la celebración del año nuevo chino). Eso sí, sola no me he sentido, tengo un amigo colombiano aquí que me ayuda un “chingo” y las personas que me recibieron en su casa por algo más de una semana se han encargado de hacerme sentir tan cómoda como en la mía.

Ya no puedo comer sin picante, me sabe simple la comida. No me he enfermado (los colombianos tenemos mala fama de caer primero) pero he comido tantos frijoles como he querido pues aquí no son tan caros. ¡Aquí nada es tan caro! 

 

Poquito a poquito se enamora uno de esta ciudad donde los atardeceres y los taxis son rosa, así me pasó con Bogotá y eso que no tiene metro. El mundo en realidad es un pañuelo, para quienes somos lo suficientemente privilegiados para salir a conocerlo.